El amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, remitió
entonces (18/03/2014) estas notas que tituló “ANTONIO JOSÉ RUIZ DE PADRÓN”: “…Nació
en 1757, en una vivienda que aún se encuentra en la Calle Real de San Sebastián
de La Gomera. Su familia era de clase acomodada y religiosa, y nuestro
protagonista se manifestó desde muy pequeño como un niño muy curioso y con
ganas de aprender, adquiriendo su formación básica en el monasterio franciscano
que existía en San Sebastián. En aquella época vivían en la capital unos 3.000
habitantes y en toda la isla unos 7.000. Se vivía bajo un régimen señorial, que
controlaban no sólo la vida económica sino la social de la isla, con lo que las
oportunidades de desarrollo eran muy escasas, y prácticamente la única salida
era la emigración. Su madre murió cuando él contaba con 16 años, lo cual le
alentó a salir de la isla hacia Tenerife para continuar con sus estudios, ya
que no había otra posibilidad para continuarlos en la isla. Una vez en la isla
de Tenerife ingresa en el convento franciscano de San Miguel de las Victorias,
en San Cristóbal de La Laguna. Sobre esto él mismo afirmo que ingresó “muy niño
y contra el dictamen de su padre”. Cuando acabó su preparación fue ordenado
sacerdote en 1781. Desde ese año se hizo miembro de la Real Sociedad Económica
de Amigos del País, demostrando así que no sólo le interesa el mundo religioso
sino también la ilustración, algo que le preocuparía toda la vida. En 1785 toma
la decisión “repentina” de irse a La Habana, se cree que motivado por que
empieza a tener problemas por sus inquietudes sociales, aparte de que allí
tenía un tío, también franciscano. Parte del puerto de Santa Cruz de Tenerife
rumbo a Cuba, algo normal en esos tiempos de fuerte emigración, pero la fortuna
le tenía preparado otro destino distinto: una tempestad desvió el rumbo del
barco hacia el sur de los nacientes Estado Unidos, en concreto a Pensilvania.
Se dirige a Filadelfia, lugar en el que se había fraguado la independencia
norteamericana, con una notable actividad cultural y con una buena colonia de
católicos. En su aventura americana hizo amistad con personajes como Benjamín
Franklin o George Washington, los cuales invitaron a nuestro protagonista a las
tertulias que se celebraban en casa de Franklin. Los participantes eran todos
protestantes, de ideas liberales y relacionadas con la masonería, y se
sorprendían de ver a un sacerdote católico, sometido a los dictámenes
retrógrados de Roma, pero que hablaba de libertad, igualdad, justicias
sociales, etc., algunos de los postulados de la ilustración. Le criticaron la
existencia de la inquisición, un estamento retrógrado teniendo en cuenta las
ideas de Padrón, estimulado estas críticas al clérigo a que en su sermón
dominical hablara en contra de ella. Dicho sermón se escribió en inglés,
distribuyéndose por el país, haciéndose muy famoso su contenido, colaborando a
cambiar la visión retrograda que en el mundo anglosajón se tenía de los
católicos. Un año después llegó a Cuba, y empezó a criticar la esclavitud, una
de las fuentes económicas fundamentales de la isla caribeña, estas críticas le
granjearon no pocos enemigos, haciendo que al año siguiente se fuese a Madrid.
De nuevo en España abandona los hábitos franciscanos, pero sigue siendo
sacerdote. Luego viaja por varios países de Europa en busca de saber y
contactos con los principales focos de ilustración.
En 1802 le llega su primer destino como párroco, en el
pequeño pueblo de Quintanilla de la Somosa, en la provincia de León. Allí
se dedicó a restaurar la fachada de la iglesia y a mejorar la situación de los
agricultores del pueblo. Se valía del diezmo que ellos mismos pagaban
para ayudarles a mejorar infraestructuras agrícolas, regenerando la actividad
rural. Luego llegó la invasión napoleónica, y se hizo organizador y colaborador
de las fuerzas de oposición, aunque nunca luchó. Fue director de un hospital
militar, acogiendo en él no sólo a los heridos españoles sino también a los
franceses. Uno de los hechos más destacados de la vida de Ruiz de Padrón es su
participación en las Cortes de Cádiz de 1812, siendo diputado por Canarias,
participando en la creación de la constitución liberal, y siendo famosa su
alocución para abolir la inquisición del territorio nacional, la creación de
una universidad en Canarias así como eliminar ciertos tributos abusivos
aplicados a los ciudadanos de Galicia. Por esos años comenzaron sus primeros
achaques de salud, regresando a Madrid y guardando cama en pos de su
recuperación. Cuando Napoleón abandona España, regresa la monarquía, y con ella
el absolutismo, suprimiéndose lo logrado en las Cortes de Cádiz,
restableciéndose la inquisición. La iglesia a la que el pertenecía y servía no
le iba a perdonar sus escarceos con las ideas libertarias y el obispo Manuel
Vicente Martínez inicia un proceso contra él, acusándolo, entre otras cosas de
liberal y de socorrer a los franceses. Así todo se defiende, es encarcelado y
moralmente se desmorona al ver el país de nuevo envuelto en ideas y estamentos
caducos y retrógrados. Es condenado a reclusión perpetua en un convento, él
recurre y es absuelto de todo cargo, pues consigue desmentir punto por punto
las acusaciones. En 1820 se convocan de nuevo las Cortes, esta vez en Madrid, y
a él se elige como representante de Canarias y Galicia. Su actividad será muy
escasa, pidiendo de nuevo la eliminación de los impuestos abusivos.
Muere en 1823 sosteniendo en sus espaldas este gomero
universal todo un bagaje de lucha por los derechos humanos y el progreso en una
época oscura. Nunca regresó a La Gomera, pero siempre se sintió preocupado por
el devenir de la isla, sabemos por la correspondencia que tenía con su hermana
que le consultaba si los cambios nacionales influían en el devenir de La
Gomera, además de añorar un regreso que nunca se produjo, y según sus palabras
“volver a comer gofio y pescado fresco…”
BRUNOJUAN ÁLVAEZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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