El amigo del Puerto de
la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (26/01/2018) estas notas que
tituló; “RECURSO VALIOSO Y PERECEDERO”: “… (a
quien no disgusta, en cualquier caso, que le llamen Cayetano) invita a
reflexionar “sobre el tiempo que moldea nuestro carácter” -escribe- en este
libro suyo que desglosa ciento ochenta seis ideas e idealizaciones (cabe
añadir, por nuestra parte, evocaciones), expresadas con ameno lenguaje
periodístico y con las que interpreta la realidad más cercana, la que más le ha
influido.
Eso fue lo que dijimos, hace dos años justos, cuando la obra,
titulada Rehenes del tiempo (La Ranilla Editorial) vio la luz para plasmar los
pensamientos de “un tiempo sin el cual no maduran las uvas o es imposible la
existencia como la entendemos o percibimos ahora”. El autor, consciente de las
ataduras y de los condicionantes, sugiere con sutileza una suerte de
liberación: “La vida es mucho más que sus ciclos -afirma en uno de sus
apartados-, aunque estos sean determinantes de su evolución o retroceso. Girar
y ascender simultáneamente conduce a la elevación espiritual”.
Por eso, Barreto reflexiona sobre la edad de la Luna o acompaña
el vuelo de las golondrinas en busca de metáforas y latidos poéticos que
impulsan el traspaso de las dimensiones del espacio y el tiempo. Sabe que va a
encontrarse con espejismos pasajeros y fugaces, hasta concluir que solo los
sueños nos aproximan a la realización de las utopías.
Los rehenes, de lo que sea, quieren franquear su propio destino
y el escritor mismo revela que, tras su travesía por el Mar Muerto, se percató
de que llegaría un momento en la vida “en que determinados aspectos de la
existencia se convierten en lastres que acentúan la pesadez”. Ahí se pregunta
si estará preparado para soltar las amarras y emprender la singladura sin
retorno.
La respuesta está en las páginas de este libro que habla del
tiempo, ese que acotará y precisará la profundidad del fondo del puerto donde
caerá el ancla. La reflexión más intimista le hace ver que la madurez se aleja
de sus contornos, “pese al tiempo inexorable que nos acota y consume”.
El tiempo, siempre el tiempo, como factor existencial, como una
realidad difícil de administrar mientras incide en los estados anímicos y en
las voluntades. El tiempo que discurre y que se agota para tal propósito, para
cualquier querencia o para culminar lo que se ha emprendido. Barreto lo plasma
atinadamente cuando encabeza con la palabra Autoestima esta revelación:
“Cada ciclo de nuestra
vida es una invitación a la purificación física y espiritual, a la superación
de la postración que representa el acomodo a estereotipos ajenos impuestos y
que nada tienen que ver con la esencia del modelo de perfección o seguimiento
de unas pautas de conducta respetuosas consigo mismo y con los seres cercanos.
La autoestima que tanto se proclama y se reivindica, a veces sucumbe ante la
hostilidad que implica el rechazo a la indiferencia o al reconocimiento de las
limitaciones materiales que nos acotan y nos abocan al vacío más absoluto: la
indiferencia y el desprecio”.
Es decir, el tiempo es también solidaridad, básica para no caer
en ese abismo tenebroso, del que solo se sale, si es que se puede, con
perseverancia y con plena consciencia para no escurrirse y para apreciar los
valores que se atesoran y que, a menudo, son relegados hasta hacer que se
desmorone la propia personalidad.
El contenido de la publicación, ilustrada con reproducciones del
pintor castellonense Juan Mezquita y de José Palomares y prologada por Ana
Valentín, es la colección de artículos y greguerías aparecidas en la sección
dominical 'La Ranilla', del periódico El Día, firmadas con el seudónimo Herzog,
entre finales del año 2004 y mediados del 2011. Ana, en su texto, escrito
“desde la transparente prisión de nuestro propio tiempo”, señala que Rehenes...
“es el eco del mar, el aroma de la brisa, la puesta de sol o la luna a medio
llenar”.
Rafael Ben-Abraham Barreto, ya había manejado ese mismo título,
'La Ranilla', para un volumen anterior en el que exponía las visiones desde el
Puerto de la Cruz, identificándolas con el nombre del que ha sido uno de sus
emblemáticos sectores urbanos, injustamente tratado, por cierto, en algunos
relatos periodísticos que fabricaron una leyenda estereotipada que no se ajusta
mucho a la realidad.
El autor, que dijo en otro foro encaminarse a la trilogía,
acredita en esta entrega que “nuestra vida apenas es un lapsus o un soplo
exhalado desde que salimos del seno materno”. Se trata de textos breves, con
plétora metafórica, vocablos únicos para introducir, alfabéticamente ordenados,
adjetivos, figuras y preguntas que se van desgranando para descubrir que
conservan su frescura. El escritor desmenuza las estaciones -las del tiempo y
las otras-, sus impresiones personales -licencia para la subjetividad, desde
luego- como si quisiera liberar a quienes estuvieron retenidos y obligados a
cumplir determinados convencionalismos.
“Creemos tenerlo en nuestras manos, pero estamos acotados por él
hasta que trascendemos la materia que nos envuelve, ese caparazón frágil,
mutante y efímero”, aclara Barreto.
Se nota, ya lo dice él mismo, que las ideas brotaban y fruto de
sus impulsos “descendían al teclado en cuestión de minutos, apremiados por la
urgencia informativa o la voracidad del tiempo”. Es el sino del periodista, su
pugna consigo mismo para plasmar ideas y percepciones, su afán y su celo
constantes que no solo sellan un rostro sino que estimulan un quehacer
comprometido con la escritura, primero en su versión periodística y luego
tratada en forma de libro.
El autor nos obsequia con una de sus más bellas metáforas: “El
crepúsculo dibuja soles de algodón”. Vamos a interpretarla como un grito de
serena rebeldía o de apacible pero no resignada contemplación de la existencia.
Es como si concluyera que el tiempo dicta sus lecciones a diario y aunque
presienta que no figura aún entre sus alumnos aventajados, hace que los
sentimientos de los rehenes (que, de alguna manera, somos todos) maduren con
fluidez con una paradójica visión de alejarse o querer alejarse del ombliguismo
y del ensimismamiento.
El jesuita escritor español Baltasar Gracián, que cultivó la
prosa didáctica y filosófica, sentenció que lo único que realmente nos
pertenece es el tiempo. “Incluso aquel que nada tiene, lo posee”, añadió. En
efecto, por ahí también descubrimos que somos rehenes. Como seres humanos, es
prácticamente el único hecho que podemos experimentar.
Rafael Ben-Abraham Barreto, Cayetano, invita en este libro, de
algún modo, a que reflexionemos para liberarnos de prejuicios. Palabras,
conceptos, ideas y hasta ensoñaciones: que no sean obstáculos para vivir, para
aprovechar cada momento, cada minuto, cada segundo. En estas páginas van a encontrar
opciones. Tantas como para convenir con el escritor y político norteamericano
Joseph Randoplh que “el tiempo es, a la vez, el más valioso y el más perecedero
de nuestros recursos”.
Es, si se quiere, una paradoja incómoda. Pero, aplicada en
Rehenes del tiempo, se nos brinda para que aprovechemos algo más que su lado
amable o positivo. Es toda una enseñanza.
(Texto de presentación del libro Rehenes del tiempo, de Rafael
Ben Abraham Barreto, leído en el acto convocado por el Rotary Club del Puerto
de la Cruz en el hotel 'Botánico', el jueves 25 de enero de 2018)…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABREU
PROFESOR
MERCANTIL
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